Bueno, basta ya de contar las cosas como si estuviera
haciendo la lista de la compra. La vida es
como un libro y, dependiendo de cómo esté escrito, puede ser divertido, ameno,
excitante, seductor o el mayor plomo que uno pueda echarse a la cara. Y, últimamente, mis correos son tediosos, soporíferos,
¿sigo..? Así pues he pensado que mi regalo de reyes consistirá en recrear estos dos días de una manera amena, tratando de elaborar una confabulación
que te haga sonreír y hacerte sentir como si estuvieses en casa. Para ello, me
voy a convertir en el narrador de esta
pequeña historia.
Como
cada mañana, desde hace más de 30 años, el despertador deja oír su voz a las 7
horas y, como cada mañana desde hace más de 30 años, la mujer se gira en la cama,
se tapa con la sábana como si con ese gesto sofocara la
voz que le dice que ha de levantarse e
intenta dormir cinco minutos más… cinco minutos más que siempre se convierten
en veinte… o treinta y luego dan lugar a carreras, duchas rápidas, desayunos a
medias… para llegar a tiempo y aun así
cuando pasa la tarjeta para
fichar en el trabajo cada día va acumulando diez, veinte o treinta
minutos que antes de finalizar el mes deberá recuperar...Pero eso es parte de otra
historia que no es la que nos ocupa ahora
En esta ocasión solo fueron tres los minutos que
llegó tarde y hasta compró la prensa que ojeó por encima mientras encendía el
ordenador, comprobaba el correo que tenía y echaba una mirada a los expedientes que esperaban sobre su mesa. Luego hizo una
pequeña lista con la compra que tendría que hacer esa
mañana y subió a tomarse el primer café de la mañana que la terminaría
de despejar.
Compartió
el café y la preocupación de la cena de
esa noche y mientras volvía a su puesto de trabajo se preguntó por qué siempre tenía que probar recetas
nuevas cuando tenía un motón
de gente a cenar en casa llegando
rápidamente a la conclusión de que era algo innato a ella por lo que encogiéndose de hombros sonrió y cogió el
primer expediente que estaba sobre su
mesa.
Sobre
las 9,30 llamó a la pescadería para saber si habían recibido bogavantes. Al
recibir una respuesta afirmativa, encargó uno, a la vez que unas almejas y unos
gambones; a continuación llamó a su hijo para que la recogiera y la
ayudara con la compra. Aprovecharía la media hora del desayuno para adelantar
trabajo, si hacía la compra en ese rato luego a las dos cuando terminara su horario
podría irse directamente a casa y empezar con la ardua tarea que la esperaba.
Una vez en el supermercado comprobó que
había olvidado la lista de la compra que había hecho, así pues confiando en que
su memoria no le fallara demasiado, empezó a llenar la cesta. Cuando el
pescadero le pasó el encargo que había hecho por teléfono y le informó de que el bogavante estaba vivo y que
tendría ser ella la que lo matara y cortara, lo miró como si le estuviera proponiendo un asesinato, dirigió la vista a su
hijo y este saltó como un resorte -Para mi no mires, yo no mato, ni
como ningún bicho al que le haya visto
la cara- . Dirigió la vista al pescadero e intentó que le diera
el animalito ya muerto y cortado, pero no hubo nada que hacer. Según el
profesional si lo llevaba muerto y cortado perdería sabor y era mejor que lo
hiciera ella misma cuando fuera a cocinarlo, hasta amablemente le dijo como
tendría que hacerlo. No demasiado segura dejó la bolsa que contenía el
susodicho marisco junto con el resto de
la compra y se dirigió a la caja.
Su hijo
la dejó de nuevo en el trabajo mientras él volvía a casa con la compra, antes tenía
que pasar por casa de la abuela y coger el pollo de corral que haría compañía
al bogavante en la cazuela esa noche, ese al menos ya estaba muerto y
desplumado.
Una
vez en la oficina comprobó que aún le faltaban
un par de cosas de la lista que había hecho a primera hora, tendría que
cogerlas de camino a casa. Antes de que se diera cuenta eran las dos de la
tarde y la hora de irse a casa, recoger las cosas…
Un
sonido estridente vuelve a llegar a sus oídos, abre los ojos sobresaltada, gira
la cabeza hacia el lugar de donde proviene, las manecillas del reloj marcan las 7:50, todo fue un sueño, vuelve
a llegar tarde.
Hay sueños que son como la vida misma.
ResponderEliminarSi que dan de sí cinco minutos más
ResponderEliminar