miércoles, 22 de octubre de 2014

Cinco minutos más...


Bueno, basta ya  de contar las cosas como si estuviera haciendo la lista de la compra. La  vida es como un libro y, dependiendo de cómo esté escrito, puede ser divertido, ameno, excitante, seductor o el mayor plomo que uno pueda echarse a la cara. Y, últimamente, mis correos son  tediosos, soporíferos, ¿sigo..? Así pues he pensado que mi regalo de reyes consistirá en recrear  estos dos días de una manera  amena, tratando de elaborar una confabulación que te haga sonreír y hacerte sentir como si estuvieses en casa. Para ello, me voy a convertir en el narrador de esta  pequeña historia.
           
            Como cada mañana, desde hace más de 30 años, el despertador deja oír su voz a las 7 horas y, como cada mañana desde hace más de 30 años, la mujer se gira en la cama, se tapa  con  la sábana como si con ese gesto sofocara la voz que le  dice que ha de levantarse e intenta dormir cinco minutos más… cinco minutos más que siempre se convierten en veinte… o treinta y luego dan lugar a carreras, duchas rápidas, desayunos a medias… para llegar a tiempo y aun así  cuando pasa la tarjeta para  fichar en el trabajo cada día va acumulando diez, veinte o treinta minutos que antes de finalizar el mes deberá recuperar...Pero eso es parte de otra historia que no es la que nos ocupa ahora

            En  esta ocasión solo fueron tres los minutos que llegó tarde y hasta compró la prensa que ojeó por encima mientras encendía el ordenador, comprobaba el correo que tenía y echaba  una mirada a los expedientes  que esperaban sobre su mesa. Luego hizo una pequeña lista con la compra que tendría que hacer  esa  mañana y subió a tomarse el primer café de la mañana que la terminaría de despejar.

            Compartió el café  y la preocupación de la cena de esa noche y mientras volvía a su puesto de trabajo se preguntó  por qué siempre tenía que probar recetas nuevas  cuando tenía  un motón  de gente a cenar  en casa llegando rápidamente a la conclusión de que era algo innato a  ella por lo que  encogiéndose de hombros sonrió y cogió el primer  expediente que estaba sobre su mesa.

            Sobre las 9,30 llamó a la pescadería para saber si habían recibido bogavantes. Al recibir una respuesta afirmativa, encargó uno, a la vez que unas almejas y unos gambones; a continuación llamó a su hijo para que la recogiera y la ayudara  con la compra.  Aprovecharía  la media hora del desayuno para adelantar trabajo, si hacía la compra en ese rato luego a las dos cuando terminara su horario podría irse directamente a casa y empezar con la ardua tarea que la esperaba.

            Una vez en el supermercado comprobó que había olvidado la lista de la compra que había hecho, así pues confiando en que su memoria no le fallara demasiado, empezó a llenar la cesta. Cuando el pescadero le pasó el encargo que había hecho por teléfono y le  informó de que el bogavante estaba vivo y que tendría ser ella la que lo matara y cortara, lo miró como si le estuviera  proponiendo un asesinato, dirigió la vista a su hijo y este  saltó como un resorte  -Para mi no mires, yo no mato, ni como  ningún bicho al que le haya visto la cara- . Dirigió la vista al pescadero e intentó que le diera el animalito ya muerto y cortado, pero no hubo nada que hacer. Según el profesional si lo llevaba muerto y cortado perdería sabor y era mejor que lo hiciera ella misma cuando fuera a cocinarlo, hasta amablemente le dijo como tendría que hacerlo. No demasiado segura dejó la bolsa que contenía el susodicho marisco junto con  el resto de la compra y se dirigió a la  caja.

            Su hijo la dejó de nuevo en el trabajo mientras él volvía a casa con la compra, antes tenía que pasar por casa de la abuela y coger el pollo de corral que haría compañía al bogavante en la cazuela esa noche, ese al menos ya estaba muerto y desplumado.

            Una vez en la oficina comprobó que aún le faltaban  un par de cosas de la lista que había hecho a primera hora, tendría que cogerlas de camino a casa. Antes de que se diera cuenta eran las dos de la tarde y la hora de irse a casa, recoger las cosas…

            Un sonido estridente vuelve a llegar a sus oídos, abre los ojos sobresaltada, gira la cabeza hacia el lugar de donde proviene, las manecillas del reloj marcan las 7:50, todo fue un sueño, vuelve a llegar tarde.




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